MICRORRELATO I
La Habana Vieja
Todo bulle sin prisa
en La Habana Vieja
por el ritmo lánguido,
suspendido,
de quienes han aprendido a esperar,
sin remedio,
y permanecen.
Las calles serpentean
empuñando la memoria
del pasado esplendoroso,
crujen los adoquines
y las fachadas descoloridas,
de imponente compostura colonial,
con ese aire tan mustio,
tan de abandono,
son testigo afásico de cuando rebosaban
los clubes nocturnos,
los teatros,
y zarpaban los barcos del puerto
sobrados de azúcar,
tabaco y café.
Frontera líquida
de esperanza.


MICRORRELATO II
A pesar de todo
A pesar del hierro raído
de los balcones,
los he visto cantar
y beber aguardiente
mirando al mar lamer los muros
con su lengua salina.
Roto ya el silencio del atrio
y ante tal escoria de alhajas,
he escuchado sus plegarias
en plena calle,
al preguntarme si no tendría yo,
por casualidad,
una pastilla de jabón
—para la ropa, ¿sabe usted?
Los he visto bailar guaracha,
sostener el habano encendido
con las manos curtidas
y tocar el güiro en La Floridita,
aunque el mundo a su alrededor
insista en desmoronarse.
